lunes, 24 de enero de 2011

García Pavón, Ayesta y Clarimón: Infancia y vejez en el cuento de posguerra

Nuesta sesión empezó con un breve esbozo biográfico de los autores de los tres cuentos que habíamos leído para la ocasión.

Francisco García Pavón (1919-1989) fue finalista, con su primera novela Cerca de Oviedo, del Premio Nadal en 1945. Cultivo este género, así como el ensayo y la crítica teatral, destacando especialmente por sus relatos. Goza de un lugar preeminenete dentro de la historia de la novela negra española como creador del personaje de Plinio, Jefe de Policia Local de Tomelloso, mezclando lo detectivesco con elementos costumbristas y de crítica social hasta donde esos años de Franquismo le permitían.

El cuento que hemos leído, Servandín, pertenece a la antología Cuentos Republicanos (Taurus, 1961; Menoscuarto, 2009). Se trata de un cuento de infancia, en el que se trata la inconsciente crueldad de un niño que vende a Servandín, otro niño de su clase, el derecho a jugar con su balón a cambio de que le lleve a ver "el bulto" de su padre. El brevísimo cuento acaba en el comercio de ultramarinos del papá de Servandín, tras cuya cortina aparece mostrando su enorme y rosáceo bocio. Un triste intercambio de miradas entre Servandín, su padre y el niño narrador acaba con el inocente, exculpatorio y esperanzador comentario de Servandín de que a su padre lo van a operar. La mayoría de los lectores coincidió, más allá de la desazón que pudiera haberles provocado este cuento, que el autor había consegido plasmar con maestría, brevedad y simplicidad, un recuerdo de infancia narrado sin artificios ni moralejas, con la crudeza instintiva de los niños ajenos a los convencionalismos morales.

Julián Ayesta (1919-1996), diplomático asturiano, fue autor de obras de teatro, libros de cuentos y una breve novela, Helena o el mar del verano (Ínsula, 1952; Acantilado, 2000), de la que está sacado el relato leido: Almuerzo en el jardín. Se trata este, al igual que el anterior, de un cuento de infancia pero que se diferencia de aquel tanto en su estilo como en su contenido: una comida campestre y familiar durante un domingo de verano asturiano. El ambiente, risueño, distendido, feliz, salpicado de colores, sabores y olores que hacen de la escena un cuadro impresionista, nos es descrito por el recuerdo y la mirada de un niño que lo narra con su voz y las expresiones de su edad. La figura del sacerdote como invitado de excepción, la mención a las fiestas religiosas, las interpelaciones a los niños, todo nos da idea, sin acritud alguna, del peso social de la iglesia en esa época. Las bromas, los juegos de evocación histórica de los niños, las risas, consuman el cuadro bucólico que se ve repentinamente contradicho por la rotura de la silla del sacerdote que le provoca una herida de la que mana la sangre a borbotones y provoca la huida de los niños, acuciados por una culpa certera aunque inconsciente que, como en el cuento anterior, marca la diferencia (por su desconocimiento de las reglas de conducta) con el mundo de los adultos. El cuento es otro alarde de concisión narrativa envuelto en un marco intensidad colorista.

Carlos Clarimón (Zaragoza, 1920) escribió numerosas novelas policiacas y rosas bajo seudónimos en sus años jóvenes. Amigo de Rafael Azcona y de Mingote, fue guionista de radio, de estudios de animación y publicista. En 1961 publicó Hombre a solas (1961), dentro de la colección «Narraciones» que dirigió, para la editorial Taurus, Ignacio Aldecoa. En 1965 publica La muerte en los talones (ed. Tesoro) y en 1967 La trampa es incluida en la Antología de las mejores novelas policiacas. XI de ediciones Acervo. Es precisamente el relato Hombre a solas el que leímos y comentamos. Seguimos con el formato brevísimo (solo dos páginas) pero dejamos la infancia por la vejez y la muerte y un narrador omnisciente narra la tristeza y la desolación de un anciano que ve a su hijo dejar el luto por el traje gris del semiluto, cumplidos tres años de la muerte de la madre y esposa. Una descripción abrumadora, angustiosa y sofocantes, salpicada con bellísimas imágnes como la que describe los cristales desnudos, sin los visillos colgados por la madre ausente "con la huella de ese llanto ingente con que el cielo les lamió el polvo de ayer", o la del libro "caído de espalda, abiertos los brazos en cruz". Un relato vejez, amargura y rencor que no gustó a muchos por su tristeza pero que todos nos mostramos de acuerdo en destacar su factura.

Por último, comentamos brevemente los cuatro cuentos de Segi Pàmies que habíamos leído (La máquina de hacer cosquillas, La otra vida, Monovolumen, Escabeche) con ocasión de la charla que iba a tener lugar con la presencia de este gran autor de cuentos en torno al tema de "Brevedad y cuento" en el Instituto Cervantes de Toulouse el lunes 24 de enero a las 18.30.

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